En 2017, había 164 millones de migrantes con trabajo o económicamente activos (OIT, 2018a). Aunque las cifras totales de hombres y mujeres migrantes son similares (véase la Introducción del presente capítulo), hay más trabajadores migrantes masculinos que femeninos (OIT, 2018a). Esto se debe a que las mujeres migrantes tienen en general una menor tasa de integración en el mercado laboral que los migrantes varones (Tastsoglou y Preston, 2005), ya que muchas realizan trabajos temporales (Vosko, 2009). La razón de ello radica en parte en las expectativas sociales relacionadas con el género y con la jerarquía de género dentro del hogar (Raghuram, 2004).
Sin embargo, es frecuente que las mujeres tengan una mayor tasa de participación en el mercado laboral en los países de destino que en sus países de origen (Flippen y Parrado, 2015). En otras palabras, la probabilidad de trabajar es mayor entre las mujeres migrantes que entre las no migrantes (OIT, 2015), aunque las migrantes con un alto grado de instrucción suelen trabajar en ocupaciones que requieren un menor nivel de estudios, con la consiguiente descualificación. Uno de los motivos de esta descualificación es que las decisiones adoptadas a nivel del hogar (heterosexual) suelen favorecer la carrera del hombre de la pareja (Cooke, 2007), en desmedro de la de las mujeres (Clark y Withers, 2002).
Por motivos parecidos, las mujeres que migran solas o antes que sus cónyuges tienen posibilidades mucho mayores de encontrar trabajo que las que migran junto con sus esposos o se reúnen con ellos posteriormente (Taylor, 2007; Flippen y Parrado, 2015). Asimismo, dado que son más las mujeres que migran por motivos de reunificación familiar (Instituto de Estudios sobre el Desarrollo (IDS), 2016), las restricciones al empleo asociadas a veces con ese tipo de migración las dejan en la imposibilidad de acceder a un empleo formal o que se corresponda con el empleo que tenían anteriormente (véase el capítulo Familia y migración).