Los regímenes de comercio bilateral, regional e internacional están comenzando a tener un efecto profundo en la migración. El establecimiento de un régimen migratorio armonizado como contraparte de la unión aduanera en la Unión Europea es un ejemplo de ello. El acuerdo entre los Estados Unidos, México y el Canadá que sustituyó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 2020 contiene disposiciones relativas a la migración que permiten una circulación más libre de profesionales, ejecutivos y otras personas de los países signatarios que presten servicios internacionales (véase el capítulo 16 del acuerdo). El Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) es otro ejemplo, ya que este tipo de comercio requiere a menudo una mayor libertad de circulación internacional para los proveedores de servicios.
Sin embargo, los acuerdos comerciales no se refieren necesariamente a la migración cuando establecen las condiciones para la movilidad de las personas a través de las fronteras internacionales. Por ejemplo, el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios utiliza la expresión “movimiento de personas físicas” al examinar esta categoría, entendiendo por personas físicas “ya sea los proveedores de servicios (como los profesionales independientes) o las personas empleadas por un proveedor de servicios que estén presentes en otro miembro [de la Organización Mundial del Comercio] para prestar un servicio” (Organización Mundial del Comercio, s.f.). En otras palabras, estas personas siguen estando empleadas (por un proveedor de servicios o por cuenta propia) en su país de origen, pero realizan su trabajo en otro país. El acuerdo excluye explícitamente a las personas que están buscando trabajo en el mercado del empleo del país de destino, así como a las que están intentando obtener la residencia permanente.
La relación entre el comercio y la migración es compleja. Históricamente, estos dos fenómenos solían considerarse mutuamente sustitutivos: si el comercio entre dos países aumentaba, la migración disminuiría. Los dirigentes políticos justificaban a veces la eliminación de las barreras al comercio argumentando que esas políticas reducirían la necesidad de migrar al ofrecer mejores oportunidades económicas en el país de origen. En una frase que se hizo famosa, el ex Presidente de México declaró, durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que México prefería enviar a los Estados Unidos de América tomates, y no recolectores de tomates. Pero la situación es más compleja que eso. Los recolectores de tomates y otros mexicanos siguieron emigrando en la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, porque los salarios eran más altos en los Estados Unidos que en México, incluso con los arreglos de liberalización del comercio. A más plazo largo, los cambios globales en la economía —relacionados en gran parte con el comercio— aumentaron efectivamente las oportunidades económicas, ralentizando la emigración al final del primer decenio del nuevo siglo. Además, el comercio de servicios puede ser complementario a la migración. El movimiento de personas físicas regulado por los acuerdos comerciales es parecido a algunas formas de migración. Y los aumentos de la migración pueden acrecentar el comercio entre los países, ya que los migrantes buscan productos hechos en sus países de origen, ayudan a las empresas a superar los obstáculos comerciales mediante su conocimiento del idioma y las normas culturales de ambos países, e invierten en empresas que exportan e importan bienes y servicios.